jueves, 11 de abril de 2013


LOS  TRES  LOBITOS

Erase una vez, tres lobitos que vivían felices con su mamá loba en el bosque verde cercano al pueblo llamado Vallelucero. Su mamá los trataba con mucho cariño y les enseñaba muchas de las cosas que debían saber los lobos para poder subsistir. El papá lobo había muerto hacía un año. Había ido de caza y se acercó mucho al pueblo. Los granjeros pensaron que era el lobo que había estado entrando en distintos gallineros y le dispararon sin compasión.

Así que mamá loba estaba pendiente de ellos, los llevaba de caza, buscaba comida para todos, les enseñaba buenos modales y siempre les decía que no debían acercarse al pueblo. Intentaba que el lobito mayor, Remón, que era muy sensato cuidara de sus dos hermanos menores, el mediano Remén, muy juguetón, y el pequeñín Remín, el más travieso de todos.

Pasado el tiempo, cuando la mamá loba vio que sus tres hijitos, Remón, Remén y Remín, podían valerse por sí mismos, cogió su maleta y les dijo:

-Hijitos míos, este trozo de bosque se está haciendo demasiado pequeño para que vivamos todos. Yo puedo ir a otro más allá y vosotros podéis seguir aquí juntos hasta que crezcáis más. Os quiero mucho y no os acerquéis al pueblo.

Los tres lobitos no se lo esperaban. Le daban besitos a su mamá y le pedían que no se fuera. Tras mucho hablar entendieron que era natural que ellos emprendieran su camino y que su mamá se los ponía fácil marchándose ella y dejándolos en un lugar que conocían muy bien. Se despidieron entre lágrimas y con promesas de tener todos mucho cuidado.  

Un día de invierno salieron los tres lobitos de caza. No encontraban  ni un pequeño ratón, todos estaban bien escondidos en sus madrigueras intentando entrar en calor. Oyeron unos gruñidos lejanos que se iban acercando y muy atentos se dispusieron en un claro del bosque a abalanzarse sobre el animal que debía salir de los matorrales de un momento a otro. Pero lo que se acercaba era un cerdo negro con unos colmillos enormes más hambriento que ellos. Se dieron cuenta que no era uno de aquellos cerdos tranquilos de las granjas del pueblo sino que era un fiero jabalí. Este corría tras ellos tan deprisa que casi estuvo a punto de coger al pequeño Remín.

Cuando pudieron despistarlo decidieron que debían buscar un buen sitio para esconderse si aparecía de nuevo. Remón dijo que debían trabajar duro y construir una casa de ladrillos y cemento, fuerte para aguantar cualquier asalto. Pero Remén y Remín querían jugar y no estaban de acuerdo con su hermano mayor en trabajar tanto por un jabalí que a lo mejor no volvería.

Pasados unos días, volvió el jabalí y pudieron despistarlo de nuevo. La casa de Remón iba tomando forma pero todavía le quedaba terminar el tejado y poner puertas y ventanas. Fue entonces cuando Remén decidió hacerse una casa con ramas del bosque y Remín una con paja que encontró cerca de la carretera que bordeaba el bosque.

Los tres habían terminado sus casas. Remén y Remín fueron a ver la de su hermano mayor Remón. Había trabajado mucho y le había quedado muy bien. Era fuerte, con una puerta de madera muy dura, con ventanas que tenían unas puertas para cerrarlas por dentro si había peligro y una chimenea grande por donde saliera el humo cuando se cocinaba dentro. Remén y Remín no fueron capaces de reconocer la buena casa de su hermano Remón y los muy traviesos le dijeron que mientras él había trabajado tanto para nada, ellos se lo habían pasado de miedo y tenían unas casitas para esconderse muy chulas.

Después de merendar pinchitos de culebra y ratón a la plancha, Remén y Remín se despidieron del bueno de Remón. Atardecía ya cuando Remín se metió en su casa de paja y oyó cada vez más fuerte los gruñidos del negro jabalí. Tiritando de miedo pensó que metido en su casa no correría peligro. El jabalí empezó a olisquear y al darse cuenta que allí dentro de aquellas pajas había comida sabrosa, empezó a soplar tan fuerte que salió volando toda la paja por los aires. Remín corrió hacia la casa de su hermano Remén tan rápido como pudo y allí los dos se dijeron que nos les pasaría nada. Pero llegó más rabioso el negro jabalí y tras dar varias vueltas a la casa de Remén cogió aire y sopló, cogió más aire y sopló y sopló hasta que las ramas también salieron por los aires.

Los dos hermanos huyeron hacia la casa de Remón. Tocaron fuerte en la puerta y su hermano les abrió. Le contaron lo que les había pasado y cerraron las ventanas y la puerta con doble llave. Remón se dio cuenta que el único lugar que le quedaba al jabalí para entrar en su casa era la chimenea así que puso a calentar una gran olla con agua. El jabalí llegó más furioso que antes pero más contento, tenía allí metidos tres sabrosos y tiernitos lobitos. Empezó a coger aire, más aire, y a soplar,  soplar… No había manera de que los ladrillos y el cemento salieran volando. El jabalí estaba cansado de coger aire y soplar, y cuando se retiró para respirar mejor se dio cuenta que la casa tenía en el tejado una hermosa chimenea. Apiló unos troncos que había cerca pero tuvo que buscar otros más lejos para poder saltar al tejado. Cuando lo consiguió no tenía fuerzas para mantenerse en pie. Se acercó a la chimenea y cayó directamente a la olla que hervía y allí quedó, el pobre. Debía haber sido más inteligente y darse cuenta de sus posibilidades y emplear su fuerza para buscar presas menores.

Los tres lobitos aprovecharon la comida que les había caído del cielo y se quedaron a vivir en casa de Remón. Remén y Remín comprendieron que jugar y divertirse estaba muy bien al atardecer después de trabajar duro durante el día ayudando a su hermano Remón. Mamá loba no se había equivocado, Remón era el más sensato de los tres y juntos podrían salir adelante.

                                   FIN    

Ricardo Hernández González            6º B

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