LOS TRES LOBITOS
Erase una vez, tres lobitos que vivían
felices con su mamá loba en el bosque verde cercano al pueblo llamado
Vallelucero. Su mamá los trataba con mucho cariño y les enseñaba muchas de las
cosas que debían saber los lobos para poder subsistir. El papá lobo había
muerto hacía un año. Había ido de caza y se acercó mucho al pueblo. Los
granjeros pensaron que era el lobo que había estado entrando en distintos
gallineros y le dispararon sin compasión.
Así que mamá loba estaba pendiente de ellos,
los llevaba de caza, buscaba comida para todos, les enseñaba buenos modales y
siempre les decía que no debían acercarse al pueblo. Intentaba que el lobito
mayor, Remón, que era muy sensato cuidara de sus dos hermanos menores, el
mediano Remén, muy juguetón, y el pequeñín Remín, el más travieso de todos.
Pasado el tiempo, cuando la mamá loba vio
que sus tres hijitos, Remón, Remén y Remín, podían valerse por sí mismos, cogió
su maleta y les dijo:
-Hijitos míos, este trozo de bosque se está
haciendo demasiado pequeño para que vivamos todos. Yo puedo ir a otro más allá
y vosotros podéis seguir aquí juntos hasta que crezcáis más. Os quiero mucho y
no os acerquéis al pueblo.
Los tres lobitos no se lo esperaban. Le
daban besitos a su mamá y le pedían que no se fuera. Tras mucho hablar
entendieron que era natural que ellos emprendieran su camino y que su mamá se
los ponía fácil marchándose ella y dejándolos en un lugar que conocían muy bien.
Se despidieron entre lágrimas y con promesas de tener todos mucho cuidado.
Un día de invierno salieron los tres
lobitos de caza. No encontraban ni un
pequeño ratón, todos estaban bien escondidos en sus madrigueras intentando
entrar en calor. Oyeron unos gruñidos lejanos que se iban acercando y muy
atentos se dispusieron en un claro del bosque a abalanzarse sobre el animal que
debía salir de los matorrales de un momento a otro. Pero lo que se acercaba era
un cerdo negro con unos colmillos enormes más hambriento que ellos. Se dieron
cuenta que no era uno de aquellos cerdos tranquilos de las granjas del pueblo
sino que era un fiero jabalí. Este corría tras ellos tan deprisa que casi
estuvo a punto de coger al pequeño Remín.
Cuando pudieron despistarlo decidieron que
debían buscar un buen sitio para esconderse si aparecía de nuevo. Remón dijo
que debían trabajar duro y construir una casa de ladrillos y cemento, fuerte
para aguantar cualquier asalto. Pero Remén y Remín querían jugar y no estaban
de acuerdo con su hermano mayor en trabajar tanto por un jabalí que a lo mejor no
volvería.
Pasados unos días, volvió el jabalí y
pudieron despistarlo de nuevo. La casa de Remón iba tomando forma pero todavía
le quedaba terminar el tejado y poner puertas y ventanas. Fue entonces cuando
Remén decidió hacerse una casa con ramas del bosque y Remín una con paja que
encontró cerca de la carretera que bordeaba el bosque.
Los tres habían terminado sus casas. Remén
y Remín fueron a ver la de su hermano mayor Remón. Había trabajado mucho y le
había quedado muy bien. Era fuerte, con una puerta de madera muy dura, con
ventanas que tenían unas puertas para cerrarlas por dentro si había peligro y
una chimenea grande por donde saliera el humo cuando se cocinaba dentro. Remén
y Remín no fueron capaces de reconocer la buena casa de su hermano Remón y los
muy traviesos le dijeron que mientras él había trabajado tanto para nada, ellos
se lo habían pasado de miedo y tenían unas casitas para esconderse muy chulas.
Después de merendar pinchitos de culebra y
ratón a la plancha, Remén y Remín se despidieron del bueno de Remón. Atardecía
ya cuando Remín se metió en su casa de paja y oyó cada vez más fuerte los
gruñidos del negro jabalí. Tiritando de miedo pensó que metido en su casa no
correría peligro. El jabalí empezó a olisquear y al darse cuenta que allí
dentro de aquellas pajas había comida sabrosa, empezó a soplar tan fuerte que
salió volando toda la paja por los aires. Remín corrió hacia la casa de su
hermano Remén tan rápido como pudo y allí los dos se dijeron que nos les
pasaría nada. Pero llegó más rabioso el negro jabalí y tras dar varias vueltas
a la casa de Remén cogió aire y sopló, cogió más aire y sopló y sopló hasta que
las ramas también salieron por los aires.
Los dos hermanos huyeron hacia la casa de
Remón. Tocaron fuerte en la puerta y su hermano les abrió. Le contaron lo que
les había pasado y cerraron las ventanas y la puerta con doble llave. Remón se
dio cuenta que el único lugar que le quedaba al jabalí para entrar en su casa
era la chimenea así que puso a calentar una gran olla con agua. El jabalí llegó
más furioso que antes pero más contento, tenía allí metidos tres sabrosos y
tiernitos lobitos. Empezó a coger aire, más aire, y a soplar, soplar… No había manera de que los ladrillos
y el cemento salieran volando. El jabalí estaba cansado de coger aire y soplar,
y cuando se retiró para respirar mejor se dio cuenta que la casa tenía en el
tejado una hermosa chimenea. Apiló unos troncos que había cerca pero tuvo que
buscar otros más lejos para poder saltar al tejado. Cuando lo consiguió no
tenía fuerzas para mantenerse en pie. Se acercó a la chimenea y cayó
directamente a la olla que hervía y allí quedó, el pobre. Debía haber sido más
inteligente y darse cuenta de sus posibilidades y emplear su fuerza para buscar
presas menores.
Los tres lobitos aprovecharon la comida que
les había caído del cielo y se quedaron a vivir en casa de Remón. Remén y Remín
comprendieron que jugar y divertirse estaba muy bien al atardecer después de
trabajar duro durante el día ayudando a su hermano Remón. Mamá loba no se había
equivocado, Remón era el más sensato de los tres y juntos podrían salir adelante.
FIN
Ricardo Hernández González 6º B
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