miércoles, 22 de diciembre de 2010

I Concurso de Relato Corto de Navidad - AMPA Samoga

La Navidad de todos


Faltaban pocos días para las vacaciones de Navidad y todos los niños y niñas junto con los profesores de Infantil habían trabajado mucho para conseguir dejar las aulas y el patio del colegio Samoga, precioso de adornos navideños. Incluso se habían servido del viejo pino que tenían en el jardín para engalanarlo con originales bolas, guirnaldas y otros adornos hechos por ellos mismos. El gran árbol lucía multicolor, hermoso y brillante. ¡Qué bonito nos ha quedado!- decían todos al verlo.

Llegaba el último fin de semana antes de las vacaciones, era viernes, el colegio cerró sus puertas y el viejo pino, ahora convertido en árbol de Navidad, quedó allí hasta el siguiente lunes. Pero… ¡Oh no!, el lunes cuando los maestros, alumnas, padres y madres llegaron al colegio vieron una terrible fatalidad. La tormenta del fin de semana había sido tan fuerte que el árbol estaba desnudo de adornos, habían volado las bolas, las guirnaldas estaban rotas y el resto de trabajos realizados en las clases eran ahora basura que estaba por todos los rincones del patio. La desolación y la tristeza, e incluso algunas lágrimas de rabia, cayeron por las caras de los niños, maestros y papás ¡qué sabían cuanto empeño y dedicación habían tenido para prepararlo todo! Sin embargo, comenzó a suceder algo muy lindo, los pequeños y pequeñas se fueron reuniendo con sus compañeros de clase y sin más, comenzaron a recoger los destrozos de la tormenta. La clase de Benito fue por bolsas de basura, los de Caloli recogieron por un lado y los de Soco por otro. Los de la clase de Begoña, Ángela y Blanca pidieron a sus padres ayuda para retirar lo que aún colgaba del árbol.

Juani, la directora y Celina aparecieron junto con comerciantes del pueblo que traían adornos y guirnaldas para pintar y decorar antes de colgar en el árbol, así que cada una de las clases ayudada por sus profes y mamás y papás, redecoraron nuevamente, y en un tiempo récord, los destrozos de la tormenta. Sara, Diego, Kirian y Gabriela coloreaban, Luis y Nicolás recortaban, Gara y Laura colgaban detalles en el árbol. Candela, Alex y Nora decoraban las bolas; Joan, Pedro, Alba y Audrey hacían guirnaldas. Malena y Judith se pusieron a cantar villancicos y todos se animaron mucho y cantaron con ellos. Yeron, Marco y Luca pusieron tierra nueva alrededor del pino ayudados por sus padres, y Soco junto con Andrei y David plantaron hermosas flores de pascua en las jardineras.

Hacia la hora del recreo ya estaba todo listo, el AMPA se sintió tan orgulloso de lo sucedido que invitó a un grupo de títeres para hacer un espectáculo sorpresa. Y cuando en el Ayuntamiento se enteraron del trabajo conjunto de niños, profesoras y padres para construir una nueva Navidad, quisieron también colaborar iluminando el pino navideño del SAMOGA. Esa noche todos los que formaban parte de la gran familia escolar acudieron a la escuela para iluminar el alma de la Navidad.

                          1º Premio    Familia Socas Hernández



El pastor de estrellas

Halil, el pequeño pastor de ocho años, abandonó el lugar donde había nacido, acompañado por su rebaño de ovejas, para trasladarse al pequeño pueblo de Belén.

No intuyó, ni por un segundo, en su pequeña cabecita los acontecimientos que en poco tiempo iba a vivir de manera tan especial. Halil aún estaba triste y lleno de amargura tras la pérdida de su padre, a consecuencia de una larga y letal enfermedad, que lo dejó huérfano, pobre y sin palabras para consolar a su madre y hermanos. El destino había querido, que a tan corta edad, se convirtiera en el cabeza de familia teniendo que asumir, de forma tan terrible, la responsabilidad de sacar adelante a los suyos. Halil era fuerte, fuerte de espíritu y fuerte físicamente por eso, sin dudarlo, a los pocos días de la partida de su padre, comunicó a su madre y hermanos pequeños que viajaría a Belén en busca de mejores condiciones de vida. Cuando lo consiguiera volvería a buscarlos e iniciarían todos juntos una nueva vida en otro lugar. Y así fue como Halil comenzó su viaje llevando en su recuerdo los besos de su madre y las miradas extrañadas de sus hermanos.

Poco a poco, en compañía de sus ovejas, y como único equipaje una vieja alforja de su padre con algo de comida, se fue alejando de su pueblo con la música monótona y aburrida del balar de su rebaño. Estaba convencido de que conseguiría llegar a Belén y una vez allí encontraría un lugar con verdes pastos y una casita donde poder reunir a su añorada familia.

Sabía que el viaje no le llevaría mucho tiempo, unos tres días y dos noches, caminando a buen paso, a lo sumo. La primera noche la dedicó a mirar las estrellas, una vez hubo situado a su rebaño en un lugar tranquilo y seguro. Allí, bajo un viejo olmo recordó la historia que le contara su padre y que hablaba de una gran estrella que cruzaría el cielo, teñido de oscuridad, señalando, con una portentosa luz, un lugar en el camino. Aquella historia siempre fascinó a Halil y siempre que preguntaba a su padre que cuándo ocurriría ese milagro se limitaba a señalar el cielo, apuntando con un dedo, y recordándole que eso sólo Dios podría saberlo.

A primera hora de la mañana, cuando el sol iniciaba su camino, Halil se despertó con los balidos desesperados de sus ovejas, abrió los ojos y frente a él dos grandes moles humanas resplandecían casi cegándolo. Uno de los soldados romanos le ordenó ponerse de pie. Halil se incorporó de un salto y se sintió muy pequeño frente a aquellos hombres que ahora lo interrogaban. El segundo soldado le preguntó hacia donde iba, mientras le daba un empujón y se reía. Halil contestó muerto de miedo que se dirigía a Belén y los hombres le exigieron el pago de un impuesto al César si quería continuar su marcha. Casi sin darse cuenta, uno de los soldados atrapó un pequeño cordero, lo echó sobre sus hombros y se fueron los dos haciendo sonar sus carcajadas.

Aún con miedo en el cuerpo continuó su viaje sin entender quiénes eran aquellos soldados y porqué le había ocurrido a él aquella injusticia. La segunda y última noche de su viaje, mientras comía un trozo de pan, acampado en un lugar más seguro, ocurrió un hecho extraordinario. El oscuro y solitario barranco donde Halil se encontraba se iluminó como la mañana. Las ovejas emitían sus balidos pero no estaban nerviosas, eran sonidos dulces y armoniosos como nunca oyó. Su mirada perdida en el cielo se concentraba en un inmenso punto blanco destellante que lo hipnotizaba y evitaba el normal parpadeo de sus ojos. Llegó de repente a su mente la imagen de su padre y fue entonces también que alzó su dedo al cielo y comprendió que por fin Dios daba respuesta a su pregunta. ¡El hijo de Dios había nacido! Una extraña fuerza le impulsaba a caminar hacia el lugar donde la estrella señalaba. Reunió a sus ovejas y comenzó su camino hacia la luz. Llevaba andando poco tiempo cuando notó que sus pies no tocaban el camino, flotaba al igual que su rebaño. Este hecho no lo confundió, incluso pensó que era normal y, cuando centró de nuevo su vista en la estrella, se encontró frente a un viejo pesebre en el que se perfilaban dos figuras humanas además de un buey y una mula. Esta mágica escena estaba rodeada de una atmósfera de tonalidades azules y doradas, era magnífico, era irreal, era un trozo de cielo en la tierra. Y allí, en aquella pequeña cuna improvisada, un regordete bebé, de mirada tierna y sonrisa con olor a todas las flores del mundo, le trasladaba a Halil una sensación de paz y de alegría. El pequeño pastor comenzó a sentir de pronto el irrefrenable deseo de mirar a sus espaldas y cuando lo hizo encontró los brillantes y centellantes ojitos de sus hermanos y la dulce mirada de su madre. Halil no salía de su asombro y como un resorte se abalanzó hacia su familia llenándola de abrazos y besos, mientras en las aguas de un pequeño arroyo próximo al establo, se reflejaba la imagen sonriente de su padre.

Halil creció en Belén y ya convertido en un hombre, en alguna ocasión, oyó hablar de otro pastor que como él, un día abandonó a su familia para iniciar el más fantástico de los viajes.

2º Premio      Familia Pérez Sosa



El año que casi nos quedamos sin regalos

Los reyes Melchor, Gaspar y Baltasar llevaban todo el año preparando el reparto del día 6 de enero por la noche. Eran ya las seis de la tarde, tenían ya los regalos de todos los niños preparados cuando se dieron cuenta de que algo horrible había pasado: sus camellos habían desaparecido. ¡Oh Dios!

¿Cómo iban a poder repartir los regalos sin camellos? Era imposible.

Una vez pasada la sorpresa, dieron la voz de alarma, y junto con sus pajes comenzaron la búsqueda por todos los rincones, pero no estaban en ningún sitio, parecía como si se los hubiera tragado la tierra. El reloj corría y corría y no los encontraban.

Pero había que buscar una solución, los niños no podían quedarse sin regalos, no querían ni imaginarse sus caras cuando se levantaran ilusionados por la mañana temprano y no encontraran nada. No podían permitirlo, tenían que encontrar una solución urgente, en caso contrario sería un caos, los niños perderían la ilusión y la Navidad dejaría de existir. Sólo había una solución posible, tenían que pedir ayuda a alguien con quien no hacían muy buenas migas: Papá Noel. No les hacía mucha gracia tener que pedirle ayuda pero era absolutamente necesario: los niños eran más importantes que las rencillas profesionales. Pero había otro problema, Papá Noel ya estaba de vacaciones en Hawái, había que esperar un milagro para poder localizarlo. Por suerte, Papá Noel, amante de las nuevas tecnologías estaba conectado al messenger; Baltasar, más que el resto, habló con él y consiguió convencerlo. Papá Noel y sus renos saldrían urgentemente a su encuentro. Ya tenían el problema resuelto.

Por primera y única vez en la historia de la humanidad Papá Noel y los Reyes Magos trabajaron codo a codo y todos los niños tuvieron sus regalos.

Poco después, con su magia, encontraron a sus camellos. Habían acabado por error paseando turistas en un parque nacional de Lanzarote, que creo recordar que se llamaba Timanfaya.

3º Premio    Familia Gutiérrez Pérez

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